En esta ocasión Estrella nos deleita nuevamente con sus recuerdos, esta vez será sobre los preparativos para la celebración del Shabbat en Tetuán.
El sábado en mi querido Tetuan
Los preparativos del sábado, se empezaban el jueves. Había que hacer la compra y limpiar la casa más que lo de costumbre.
La pregunta frecuente ese día era: «mataron hoy?» No siempre había carne casher.
El jueves se preparaba una mezcla de harina y agua en una mojfía (palanganita) blanca con borde azul: eso era la levadura.
El viernes, se amasaba el pan para hamotsí (bendición del pan). A veces también se hacían roscas y tortitas finas de pellizco en las cuales yo hacía el pellizco del borde.
Para la cena se preparaba un caldo de gallina con letrea (pasta casera), pescado en colorado con añora, ajos, culantro (cilantro) cazuela (guiso) de almóndigas con guisantes, o calabacines rellenos de carne molida. Moler carne era bastante latoso, pues solo había en esos tiempos el «molino de manivela».
Planchar camisas para los varones también era largo y penoso. Se usaba una plancha de carbón. Se la llenaba de carbón y unas cuantas brasas. Para avivar el fuego se tomaba la plancha por el asa y con el brazo recto se hacía un movimiento de atrás adelante.
A veces, cuando estaba casi planchada la camisa blanca, saltaba una centella de uno de los agujeritos y aterrizaba en la camisa, dejando un punto negro…
También usábamos, cuando no había mucho que planchar, las dos planchitas que se ponían encima del fuego, cuando se enfriaba una se tomaba la otra. Los cuellos de las camisas eran amovibles y se almidonaban.
Tomar un baño tampoco era fácil. Como éramos muchos había que establecer turnos.
El calentador de agua, en la esquina del cuarto de baño era impresionante. Era una especie de cilindro de más de un metro de alto y treinta centímetros de diámetro. En la parte baja había una puertecita de fundición y debajo de ella un cajoncito, también de fundición. En la parte superior había un tubo de lata que hacía un codo por donde salía el humo al patio. Se le alimentaba con madera leña y papeles. Siempre había que cebarle… Las llamas pasaban por un serpentín de cobre donde circulaba el agua.
Para el almuerzo del Sábado, se preparaba la tradicional adafina (en España olla podrida) con patatas, huevos, garbanzos, caldo de carne (cuando había), un tutanó (tuétano), canela en rama y dos nueces moscadas.
La olla, roja, se tapaba herméticamente con un kaffal (banda de papel cubierto de una mezcla de agua y harina calentadas) que unía la tapadera a la olla.
El mismo tarrah (empleado del horno de la judería) que traía lo que habíamos amasado, se llevaba la adafina.
Mi padre preparaba muy bien las anchoas crudas. Las limpiaba, las ponía geométricamente en una cajita de madera de poca altura, las cubría de sal gorda y después ponía otra capa y las cubría también de sal. Creo que añadía a la sal un poco de «sal nitre» para darle el color rosado.
Después de unas semanas estaban listas para servir. Se ponían en un plato, se aliñaban con perejil, aceite, ajo picado y limón. A veces las poníamos para el sábado.
Al acabar los preparativos encendíamos la mariposa y bendecíamos a D’s por habernos dado el sábado. La hora exacta en que «entra» el sábado la sabíamos sin radio ni prensa (no había).
Desde la Alcazaba, ruinas del siglo XV, disparaban un cañón y así, los musulmanes y los judíos sabían la hora del rezo de la tarde.
Los varones iban a la sinagoga bien vestidos. Los mayores llevaban sombrero de fieltro y los pequeños una boina oscura.
Mi madre, mis hermanas y yo nos quedábamos en casa y poníamos la mesa. Para el sábado, sacábamos el mandil (mantel) de lujo damascado blanco.
Mi padre compraba todo en cantidades: la tela para los manteles y las sábanas en piezas enteras; las cebollas los ajos y los higos secos en ristras.
Mi madre cosía los manteles y las servilletas con la máquina Singer. ¡Qué elegancia de máquina! Con sus laterales de hierro que hacían como una arabesco. Se ponían los dos pies en el pedal cuadrado de hierro, también muy decorativo. Creo que el vaivén del pedal era relajante.
Antes de decir la bendición del sábado, habíamos dejado una gran olla roja, llena de agua hirviendo encima del beatríz.
Este era un infiernillo con un depósito de petróleo y dos bandas de tejido espeso que bañaban en el, gracias a una pequeña ruedecita se podía bajar o subir la mecha. Era de fundición por las paredes laterales que tenían unas ventanitas cubiertas de mica, se podía ver la llama, la parte de arriba era una especie de parrilla de hierro que recibía la olla.
El sábado la mañana no tomábamos café con leche, tomábamos te verde con hierbabuena, quiques (bollitos dulces) y roscas con azzuda (mantequilla) Procurábamos no tocar la olla: con un jarrito blanco de borde azul sacábamos el agua hervida necesaria.
Me acaba de contar mi esposo que en su casa a veces amanecían todos con la nariz negra porque se había subido la mecha…
Cuando los hombres volvían de la sinagoga, mi padre besaba a mi madre, luego nos ponía la mano sobre de la cabeza y murmuraba una bendición, el calor de su mano parecía que me protegía. Nosotros le besábamos la mano.
Para la cena, abriamos la cristalera que unía el salón al comedor, también abríamos la mesa.
Había dos magníficos espejos antiguos de estuco dorado: uno en el salón y otro enfrente en el comedor. Este llevaba a lo largo de todo el marco, espejitos biselados en forma de rombo, incrustados.
Del techo del salón, colgaba una gran araña de cristal, encendida centelleaba con los colores del arco iris. Debajo del espejo había un confortable canapé forrado de terciopelo burdeos, otros dos sillones haciendo juego, una mesita de estilo y en la rinconera lo que llamaba la atención era la caja de música que pertenecía a mis abuelos.
El mecanismo era muy sencillo: una pequeña manivela de bronce hacía girar un cilindro de bronce erizado de diminutas púas, pero a distancias calculadas. Estas tocaban unas pequeñas láminas de bronce y se oía la música. ¡Se podía elegir 4 melodías!
En el comedor había 2 aparadores de caoba, encima un mármol blanco. La mesa y las sillas hacían juego.
Este ambiente tenía mucha hiba (grandeza). Cuando mi padre entraba al comedor, paitneaba (cantaba) eshet hail (mujer soldado o mujer bandera) para alabar a la mujer.
El viernes la noche y el sábado al mediodía, lo primero que hacía mi padre era bendecir el vino en una copa de cristal. El vino era dulce, delicioso, hecho por mi abuelo. Luego se bendecía la remolacha (adamá) fruto de la tierra, la aceituna (ha’ets) fruto del árbol, el pescado (shehakol), todo lo que D’s nos da.
El eminente filósofo Emanuel Levinas director del seminario donde estudié, decía que la bendición es importante porque ella nos hace pensar en el Creador y ese lapso de tiempo entre el asir la comida y meterla a la boca nos diferencia de los animales.
Después se procedía a la ablución. Mi padre decía la bendición del pan y comíamos: el viernes lo que se preparó para el viernes y el sábado lo previsto para ese día. De postre, había siempre frutas. Antes de levantarnos de la mesa se decía el Birkat Hamazon (bendición de los alimentos)
A la tarde los varones iban a la sinagoga y cuando se terminaba el sábado, mi padre decía la Havdalá (separación), bendecía el vino y todos recibíamos una ramita de arreyan que frotábamos entre las dos manos: era un perfume muy particular.
El sábado se acababa con el paseo ritual en la calle principal: dos o tres amigas del brazo y dos o tres amigos del brazo y cada vez que se cruzaban se saludaban…
¡Buen Shabbat que tengais!
Estrella Jalfón-Bentolila
Exclusivo para eSefarad
Armado y corrección LB
Como siempre querida Estrella te luces en tus escritos, no sabes lo mucho que me gusta leer estos recuerdos que cuentas, me parece haberles vivido a traves de tus palabras, son los mismos recuerdos que mi madre y abuela z`l me contaban, de las planchas con carbon, de la lujosa manteleria y cristaleria que se sacaba para Shabat y las Pascuas…..de los paseos esperando la caida del Shabat, las amigas cogidas de la mano, arriba y abajo de la calle principal de las distintas ciudades marroquies………..
Sigue asi, deleitandonos con tus recuerdos, que Dios te de larga vida y saja para seguir haciendolo….
Shabat Shalom
Raquel
Raquel, me alegra disfrutes leyendo todo lo referente a nuestro rico pasado.
Lo estaba esperando…y aqui esta ! Gracias Tita por este relato tan justo ! Nos llevas años atras en unos minutos, que dulce son esos recuerdos. Tuve la suerte de compartir (años despues) esos momentos con mis abuelos cuando se vinieron a vivir en Casablanca.
Esos recuerdos de nuestra infancia son muy valiosos, y me recuerdan esos gestos que volvia a repetir mi padre con nosotros, al igual que lo habia visto en su casa…
Que D. te de salud, amen.
Que gusto me da leer todo lo que ha escrito referente a las pascuas,el shabbat ,purim:yo tambien soy de tetuan y vivi en la juderia y leyendo todo lo que relata usted me parece como si lo estuviera viviendo ahora mismo.!que tiempo tan bonito y que añoranza.En casa de mi abuelo ,(con quien vivi dhasta que el fallecio)se hacia la succat tal y como usted lo cuenta.con el joch y a cada vasito le echaba anilina de distintos colores y colgaba en le techo de la succa hojas de laurel y manzanitas acidas.Todos los vecinos entraban a ver la succa de mi abuelo que estaba decorada con mucho esmero.El era Rebby Samuel Barchilon y yo soy hija de Estrella.Que hiba el purim y la verguenza que me daba coger dinero ese dia.Enfin.Mi madre tiene escrito todo lo que se preparaba vispera de pesah y el trabajo que tenia.SE almidonaban las cortinas y se enchaba enchi en el suelo de todo esto me acuerdo perfectamente.UN abrazo
Un saludo a todos.
gracias estrella me recuerda mis tios en Tetuan esos preparativos para el Shabbat en Tanger era igual pero no habia esa hiba
un abrazo rina
GRACIAS ESTRELLA POR ESOS BONITOS DATOS DEL SHABBAT ME RECUERDAN CUANDO ESTABA ALLI DE MIS TIOS EN TANGER SE PREPARABA IGUAL PERO NO HABIA ESA HIBA IN ABRAZO
RINA
Maravilloso nuestro Tetuan y una pena que los judios hallan tenido que emigrar por que hemos perdido algo de nuestra cultura …y que conste que no soy judio