
En el Museo Picasso de París, la fotógrafa Sophie Calle, exhibe, en una pequeña vitrina, una carta arrugada.
Es de su abuela.
«Mi abuela», explica la artista, «era una judía polaca y había aprendido francés de adulta, escuchándolo. Por lo tanto, cometía muchos errores ortográficos al escribir y terminaba cada una de sus cartas dirigidas a mí, no hubo una vez que no lo hiciera, con una posdata: no olvides tirar esta carta después de leerla. Se avergonzaba de sus errores. Nunca las tiré, por supuesto».
Hace tiempo que conozco a Sonia cuya abuela era una judía sefardí, con antepasados expulsados de España a Marruecos, y de allí a Argelia.
Su lengua materna además del árabe es el francés. «Mi abuela, sin embargo» me dice, «hablaba español, un español magnífico y misterioso, del siglo XVII. Pero nunca lo hacía con nosotros, los nietos, ni lo había hecho con sus hijos: le importaba mucho que fuéramos perfectamente francófonos».
Le importaba, explica Sonia, que no nos sintiéramos más extranjeros, provisionales y fugitivos como lo habían sido los suyos, muchos años antes.
El español sefardí, el viejo ladino, esa joya absoluta, desapareció como una mancha de un pasado doloroso.
Qué pena.
Fuente: Diario de Tarragona | 25 mayo 2024