El Kipur y las lechinas de Larache por el Dr. José Edery Benchluch
Este año, segundo de pandemia del preto keter Cobi-19, acabado el mes de Elul y sus añoradas siempre matutinas Selijot (recordar mi artículo “El erotismo de las Selijot”), entramos en los días previos al Yom Kipur. Que este año ya en el 5.782 en un adelantado mes de Tishri en el almanaque gregoriano, nos ha pillado en la Costa del Sol con periódicos días del tórrido Terral malagueño y en Madrid con comienzos del “veranillo de San Miguel o del membrillo”.
El jueves, tras la festividad de la patrona de Málaga, paseando me acerqué al Mercado Central de Atarazanas, y sorpresivamente me encontré con “montañas” de manzanas, dátiles, granadas, membrillos, e incluso tarrinas de azofaifas. Estos tres últimos frutos me los suele proporcionar de su finca para Rosh Hashaná mi paisano larachense Antonio Recober, que El Dió les jade, así como a Sergio Barce por difundir en su web mis artículos informativos. Pero lo curioso para mi es que habían también “lechinas”; por lo que me vino al recuerdo las lechinas de mi pueblo, el Kipur en mi ciudad natal y los ejiales de sus jóvenes y endiamantadas shudías. Ya jasrá aquellos tiempos en que Larache tenía entre 3.500 y 4.000 shudiós y ocho esnogas o sinagogas (dos otras en la ciudad europea, “de Parente” y de “Bendayan” al ir desapareciendo algunas anteriores) en la década de los cuarenta del siglo XX.
Las lechinas eran naranjas verdes del tamaño de mandarinas del Lukus. Eran las primicias de las primeras cosechas, que solían tener pocos compradores habituales. Eran como los montones de esas verdes y agrias frutas tempranas (denominadas lechinas en jaquetía) que en los zocos larachenses del Mercado de Abastos (“Plaza”) y del Zoco Chico (el más bonito y arquitectónico de Marruecos), así como de los de otras ciudades magrebíes, inundaban los suelos y tenderetes de los mercados. Vendían las frutas la mayoría de las veces mujeres indígenas sentadas en el suelo y cubiertas con sus típicos vestidos de las regiones de Yebala o del Rif, y con grandes y amplios sombreros de paja para protegerse del intenso sol. Los presentaban en pequeños montones (arrom) a ras de suelo el conjunto, sin especificarse el peso al comprarlas y que voceaban al grito de letshin jdarim hamedin. (! Naranjas verdes agrias¡).
Claro que también solían anunciar con las mismas voces las laranshas merrin que eran las naranjas amargas cuya pulpa se utilizaba en la cocina judeo magrebí para hacer ensaladas, generalmente molidas y mezclándolas con naranjas normales, aceite de oliva, ajo y apio; y que según se decía tenían la propiedad de abrir el apetito en los niños con pocas ganas de comer. La cáscara junto a la pulpa se utilizaba para confeccionar mermeladas y su gruesa cáscara para elaborar letuarios o fruta escarchada. Su árbol productor es un pequeño naranjo que los califas de Córdoba habían introducido en España como árbol ornamental y que hoy en día todavía podemos contemplar en plazas y jardines de las principales ciudades andaluzas. Sus flores de azahar junto al azahar del limonero son las más utilizadas por su espesor y consistencia para hacer confitura.
En Larache, durante el Protectorado de España, con una población de unas 40.000 personas de las que el 80% eran españoles cristianos con gran cantidad de militares y funcionarios, un 10% musulmanes y un 10% judíos; casi todas las esnogas o sinagogas se ubicaban en las callejuelas laterales que derivaban de la Calle Real, que era la arteria principal de la ciudad antigua. No existía judería como tal ni existió nunca, ya que, en dichas calles de mayoría judía, también vivían en armoniosa vecindad musulmanes y cristianos. La excepción territorial de ubicación de estas esnogas era lo que se denominaba “El Barandillo”, que era como un paseo marítimo en la parte baja de la ciudad, donde antaño las olas del mar lamían y hasta sobrepasaban en los grandes temporales su larga y trabajada balaustrada de piedra.
En el lateral del paseo, en los edificios frente al mar se situaban entre otras esnogas la de Bendayán, que era la única de la ciudad que tenía una hazará (galería para las mujeres) balconada. Ya que en las demás esnogas de la ciudad las mejitzas o separación de hombres y mujeres (el matroneum romano) solían ser habitaciones separadas del lugar de rezos por ventanales, celosías, mamparas o puertas. Situándose en una de las habitaciones inferiores de la sinagoga Bendayán el único mikvé (hamám o bañera y estancia especial para baños rituales) público para judíos (as) de la ciudad.
El Kipur por la tarde entre la minjá (oración de la tarde) o antes de esta y antes de comenzar la Nehilá (el momento más solemne y determinante para nuestros pecados del “Día del Perdón” que culmina todas las plegarias anteriores con el emotivo e inigualable sonido del Shofar) los jóvenes judíos con un cercano o algo lejano Bar Mitzvá cumplido, solíamos pasear recorriendo el “Barandillo” para intentar conversar con las jóvenes y las adolescentes. Ese día estaban muy radiantes y elegantes luciendo su mejor vestido que generalmente habían estrenado en Roch Achaná, al igual que los niños y jóvenes que también solían estar de estreno.
Además, había también paseando y haciendo tiempo hasta la Nehilá muchas jóvenes procedentes de la cercana (34 km) Alcazarquivir que se solían alojar en casa de familiares; y era también una ocasión para confraternizar con un posible futuro novio compitiendo con las larachenses. Fiestas de Rosh Hashaná, Kipur o Sukot que fueron el pretexto embrionario de futuros matrimonios entre jóvenes del “polvorín” (por sucesivas explosiones en campamentos militares de Larache) y de la “herra” (significa “fango” en referencia al que quedaba tras las habituales inundaciones del río Lukus en Alcazarquivir)
El pretexto de la aproximación era ofrecerles una verde lechina (naranja o mandarina) cuyo olor mitigase o aliviase un poco el ayuno que estaban soportando en ese día tan sagrado. Y para obtener estas primeras y olorosas frutas “visitábamos” unas pequeñas huertas, propiedad de musulmanes, situadas en un altozano frente al cementerio judío viejo, y a espaldas del cementerio de Lala Menana el Mesbahía, la santa patrona de la ciudad. Los sábados por la tarde después de comer la dafina u oriza, estas huertas, donde los propietarios les preparaban té con nano (hierbabuena) y shiva (artemisa o artemisia) para una mejor digestión, solían ser lugar de reunión de algunos judíos para jugar a las cartas.
Digamos que ambas acciones, el hurto en los frutales y el cortejar a las jóvenes, no eran las acciones más adecuadas en un día tan sagrado de ayuno y penitencia de Yom Kipur, como preámbulo y preparación a una teshuvá o a un perdón de nuestros pecados. Pero era una tradición juvenil sin malicia influida por la edad y las hormonas; y ya se sabe que en el judaísmo magrebí la tradición es en ocasiones como la halajá. Si no que consulten en las takanot (ordenanzas o disposiciones) de nuestros numerosos rabinos de Argelia, Marruecos y Túnez.
Y también se podría decir condescendientemente en favor de estos adolescentes que el final del verano coincide con uno de los dos picos más altos (el otro se produce a principios de primavera aproximadamente en Pesaj) de una elevación terminal fisiológica de la testosterona. Pues en octubre comienza la bajada hormonal con la consiguiente repercusión negativa en la próstata entre otros órganos y el consiguiente aumento de intervenciones quirúrgicas en esta glándula masculina. Pero sobre todo lo que nos producía la juvenil compañía era ditzá y jevdá, es decir una especial alegría de estar con las o los demás.
Hag Sameaj tengáis y tengamos con una Jatimá Tová para todos en este Yom Kipur. Y un shaná 5788 con sajá, beriut o salud. Y mazal tov, parnasá y sobre todo con la sajá tengáis y tengamos simjá y tiferet, y Shalom para y en Am Israel, amen-
Lea “Loly” y Yusef “José” Edery, Al Tebíb Harofé- En Málaga, Tishri 5782, Septiembre 2021
por el Dr. José Edery Benchluch para eSefarad.com
14.9.2021