El diplomático Sanz Briz salvó familias sefardíes en la Segunda Guerra Mundial

Pilar Rahola
23/12/2008

Salvó a más judíos que el propio Oskar Schindler.

Sólo la persistente insistencia de unos pocos, la lucha de fundaciones como la Wallenger -erigidas en memoria de otro gran salvador, el sueco Raoul Wallenger-, el libro que hace años le dedicó Diego Carcedo y el título de Justo entre las Naciones, entregado por el Gobierno israelí en 1991. También el sello que Correos le dedicó en 1998, convirtiéndolo en el primer diplomático que aparecía en un sello. Poco más.

Durante décadas este hombre enrolado en las tropas franquistas, encargado de negocios en El Cairo en su primera misión y finalmente destinado a Budapest en 1942, prácticamente no existió. Y, sin embargo, ÁngelSanz Briz salvó más vidas que el propio Oskar Schindler. Pero fue incómodo para todos, y de ahí la orfandad de cómplices y la consecuente desmemoria.

Para los franquistas, resultó una patata caliente, capaz de crear un serio problema con «los amigos alemanes» en la Segunda Guerra Mundial, y por ello nunca respondieron a la solicitud que cursó para dar protección a los judíos húngaros. Para los antifranquistas, Sanz Briz resultaba ser un «franquista bueno», y ello rompía demasiados esquemas en la lectura maniquea de la historia. Y así, calladamente, este joven diplomático arriesgó su vida en la Hungría asediada, a la que se había trasladado el propio Adolf Eichmann para supervisar el exterminio completo de la comunidad judía húngara, unas 750.000 personas.

Utilizando la red de salvación que había creado otro joven diplomático, Raoul Wallenger -que se calcula que llegó a salvar a cerca de 100.000 judíos- y aprovechando todo tipo de subterfugios diplomáticos, entre ellos una vieja ley para judíos sefardíes de Primo de Rivera de 1924, derogada en 1931, Sanz Briz convirtió los 200 salvoconductos (los trágicos Schutzbriefe) para sefardíes que poseía en más de 5.200 judíos salvados. Él mismo lo explicaba en estos términos: «Conseguí que el Gobierno húngaro autorizase la protección por parte de España de 200 judíos sefardíes. Después las 200 unidades que me concedieron las convertí en 200 familias; y las 200 familias se multiplicaron indefinidamente, con el simple procedimiento de no expedir salvoconducto alguno a favor de los judíos que llevase un número superior al 200».

Mientras se tramitaban los salvoconductos, instaló a los judíos en once casas de acogida, donde ofrecía comida y atención médica, y las blindó de la voracidad nazi con un cartel que rezaba «Anejo a la delegación española». En una de esas casas, la del parque Szent István, estuvieron más de 500 judíos húngaros, entre ellos el poeta Jaime Vándor, que había nacido en Viena cuatro semanas después de que Hitler llegara al poder y cuya familia había huido a Hungría.

Cuando el Gobierno español lo cambió de destino, su labor la siguió Giorgio Perlasca, un veterano de la guerra civil española (miembro de las Corpo Truppe Volontari), ciudadano español honorario, que falsificó documentos para hacerse pasar por cónsul español y mantener a salvo a los judíos de Sanz Briz. Así lo hizo hasta que las tropas soviéticas entraron en Budapest. Giorgio Perlasca tiene más de 100 calles en Italia dedicadas a su nombre, a pesar de su pasado fascista, del que renegó. Ángel Sanz Briz sólo tiene una pequeña placa en la calle Velázquez, donde vivió, y un busto en su Zaragoza natal. ¿Su pasado franquista pesa tanto como para negarle la memoria de su heroicidad? Probablemente porque este país maniqueo de buenos y malos soporta mal la complejidad de una realidad que nunca es en blanco y negro. Y es que se vive mejor sin romper los prejuicios.

Fuente: http://www.lavanguardia.es

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