Mario Levi es judío y turco pero puede leer el texto original del Quijote porque de niño su abuela se empeñó en hablarle en ladino. Y la sospecha, ante la que sonríe, es que lo comprende mejor que nosotros, gracias a ese castellano del siglo XV que los judíos expulsados de España se empeñaron en mantener vivo. En su caso fue en la lejana Estambul, donde floreció una de las más importantes comunidades hebreas. Levi (Estambul, 1957) es hoy uno de los autores en lengua turca más respetados, con el permiso del nobel Orhan Pamuk.
Acaba de publicar Estambul era un cuento (Galaxia Gutenberg), una novela mosaico que entrelaza personajes y coloristas historias con el objetivo de retratar la sociedad turca y a los judíos que allí vivían desde el final del imperio otomano en los años 20 del pasado siglo hasta la década de los 80 con el golpe de Estado. «Estambul forma parte de mi destino, si me quitaran esta ciudad no podría escribir. Es verdad que las historias son universales, pero hoy es difícil entender El Cairo sin Mahfuz, Alejandría sin Durrell o San Petersburgo sin Dostoievski».
Hasta 120.000 judíos llegó a albergar Estambul a principios del siglo XX. Hoy no quedan más de 18.000 porque, aunque la sociedad turca fue particularmente permisiva con la diversidad, la mayoría prefirió emigrar a Israel en los 50. «Durante el imperio otomano, Francia invirtió mucho dinero para que los niños judíos se escolarizaran en francés y el ladino quedó como un idioma doméstico sin ningún prestigio», explica Levi, que se siente como un brontosaurio frente a los jóvenes judíos que ya no quieren aprenderlo.
Estambul era un cuento, publicada originalmente en 1999, tiene la intención de responder a todos esos jóvenes turcos, judíos o no, que han decidido ignorar su pasado: de cómo su país pasó de ser un crisol de culturas en el que «no existía la noción de minoría» hasta alcanzar, a golpe de ultranacionalismo, la homogeneización actual. «A los alumnos del taller de escritura que imparto -dice Levi, que también es profesor universitario- suelo pedirles un ejercicio y es que escriban un cuento sobre un objeto antiguo que tengan en casa. La respuesta es desoladora, la gran mayoría me dicen que no tienen nada de ese estilo. Así que quizá yo escribo para eso. Una de las grandes razones para escribir es la recuperación del pasado».
Para cumplir esa misión, Levi, judío no practicante casado con una musulmana, no ha tenido que alejarse demasiado de su casa, de ahí que los múltiples cuentos que se entrelazan, a lo mil y una noches, en su novela tengan un punto de partida familiar. «Yo recibí una cultura completamente occidental, pero las historias que me contaba mi abuela paterna, una mujer de pueblo, pese a ser en ladino, habían sobrevivido en Oriente durante 500 años y se habían impregnado del sabor de los cuentos orientales. Solíamos recurrir a ellas para reírnos».
PROBLEMAS / Hoy la vida en Turquía para Levi es menos complicada por su identidad judía que por su compromiso como autor. Al igual que Orhan Pamuk o Elif Shafak, él también podría tener sus roces con la justicia de su país. Levi es uno de los seis miembros del PEN turco a los que se está investigando por una posible acusación de «insultos al Estado». Hasta que el juicio no se concrete, Levi no desea hablar sobre ello. Solo apostilla que el destino de un escritor debe incluir la lucha por la democracia.
ELENA HEVIA
BARCELONA
Fuente: elperiodico.com