Contar en Sefarad. Un tradicional juego de antaño, al que en Totana jugaron muchos niños y niñas de épocas pasadas

 

Un tradicional juego de antaño, al que en Totana jugaron muchos niños y niñas de épocas pasadas. (Artículo de María José Valenzuela).

L a evolución de la sociedad ha aportado muchas cosas buenas y a cambio ha hecho perder tradiciones de otros tiempos, especialmente los juegos infantiles que permanecieron en nuestra sociedad más de quinientos años. Viene esto a colación porque en Totana, en los años setenta, cuando yo era niña jugábamos en las calles a lo que llamábamos el “Guardia y ladrón”, con una vieja canción sefardí que llegó a nuestros días y ahora ha desaparecido.

El juego se iniciaba con una canción de original contenido y consistía en lo que llamábamos “pillaico”, es decir perseguir el guardia hasta lograr atrapar al que se llamaba en el juego el ladrón. Para salvarnos de ser pillados podíamos subir a la acera. Se determinaba por el canto que llamábamos Uni, doni.

Esta canción o sonsonete proviene de un juego con forma de contar de la Edad Media y emana de los hebreos que vivieron en nuestra tierra y en toda Europa. El pueblo judío ha vivido en la diáspora repartido por todo el mundo desde tiempos de los romanos hasta la constitución del estado de Israel gracias a la Declaración Balfour al regalarles el territorio de su protectorado en Transjordania.

Uno de los lugares preferidos por ellos en las edades Media y Moderna fue la Península Ibérica, a la que ellos llamaron Sefarad, de donde viene el nombre de sefardíes o sefarditas como se conoce a los que tuvieron que emigrar de nuestras tierras como consecuencia del decreto de expulsión de los judíos firmado por los Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492.

Su idioma permanece a pesar del paso de los siglos en aquellos países donde existen comunidades sefardíes, manteniendo todavía las canciones que cantaban en Sefarad hasta el siglo XV; su grafía y sonido es muy parecida al castellano antiguo que podemos leer en piezas como el Cantar del Mío Cid, y es muy interesante comprobar la devoción de estas comunidades a su lengua madre y el permanente recuerdo de aquella patria de la que fueron expulsados.

Es frecuente que algún periodista entreviste a personas sefardíes en el centro de Europa, que encuentren a alguien que saque de un armario una vieja y oxidada llave de hierro que guardan desde que sus antepasados salieron, porque pensaban que podrían volver a sus casas de Toledo, Córdoba o Sevilla.

Recorre Europa con su guitarra mi amigo Pedro Gallego, que se anuncia como Pedro Aledo, un aledaño que conserva en su repertorio las canciones sefardíes de la Edad Media y mantiene vivos los sonidos y las palabras de ese antiguo y sacrificado pueblo, dando conciertos con músicos de ese origen en teatros y universidades europeas, como en La Sorbona parisina. Estas son las razones que nos hacen pensar en el amor a esta tierra que tienen todavía esas personas, cuyos antecesores salieron de España hace cinco siglos y mantienen el lenguaje, las tradiciones e incluso su música.

Pero tampoco aquí se ha olvidado esa época ni la importante aportación de los sefardíes a la economía nacional, ya que tras su expulsión, la economía española se resintió de forma brutal, pues eran ellos los que la hacían crecer con su comercio y su invento de algo que luego se llamaría banca. Debemos hacer un paréntesis en este relato para hacer mención a algo de Murcia Ibn Mardanish, conocido por el Rey Lobo. Este inteligente gobernante se dio cuenta de que a las monedas de oro los cambistas judíos les limaban algo en sus bordes y ese polvo era peso que quitaban a la moneda y les quedaba a ellos para refundirlo, motivo por el cual decidió que su moneda, el morabetino lupino de veinte gramos de oro de 24 quilates, llevara en el exterior de su borde unas líneas que tenían que eliminar cuando lo limaban, por cuya razón se verdadera importancia en la economía europea y que nació en Murcia, se trata de una moneda acuñada en la ceca murciana por el rey de la taifa de notaba demasiado y optaron por no hacerlo con esa moneda.

Por eso, el morabetino de oro fue la moneda más respetada en toda Europa por la fiabilidad de su valor. No solamente estas comunidades sefardíes mantienen el idioma y las tradiciones, sino que los niños siguen jugando del mismo modo que lo hacían en España, con aquellos sencillos y medievales juegos de saltar la cuerda, crear rayas en el suelo o bailar el trompo. Y acompañan los juegos con las viejas canciones que cantaban sus antepasados.

Por razones de evolución se han perdido en España muchas tradiciones judías, así como las canciones y juegos, si bien hasta hace cincuenta años y tal vez menos, en los pueblos de Murcia jugaban y cantaban canciones de origen sefardí. Y es precisamente una de esas canciones la que cantaba yo de niña, que dice: Uni, doni, treni, catoni, quini, quinentos, estaba la reina sentada en su silleta, vino Gil, apagó el candil, candil, candilón, guardia y ladrón. A partir de estos versos el que, en el reparto, había salido señalado como ladrón, salía corriendo siendo perseguido por el nominado guardia, intentando pillarlo. Este juego tenía la particularidad de que con ese antiguo lenguaje se aprendía a contar mientras se jugaba, algo que al parecer todavía existe en las anteriormente mencionadas comunidades sefardíes de Europa Central.

Por María José Valenzuela
Fuente: Totana Noticias | 16.7.2024

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