Yossi Sucary, ganador del premio Brener
‘Con primeros ministros mizrajíes, la paz hubiese llegado hace tiempo’
En una entrevista exclusiva para Nueva Sión, Yossy Succary nos envuelve en una atrapante narración sobre su propia historia autobiográfica, cuyos contrastes pintan fuertes paradojas culturales israelíes. Pero no sólo eso, el notable escritor mizrají se explaya en sus percepciones sobre el conflicto con los palestinos y la actitud de lo que llamó el “mainstream” israelí, mostrándonos una perspectiva cargada de relieves.
NS: Ante todo muchas gracias por la posibilidad de entrevistarlo. Me gustaría que me cuente un poco sobre Usted.
YS: Nací en Israel, soy hijo de una familia mizrají (judíos orientales). Hasta los nueve años, me crié con mi abuela en un barrio muy duro de Tel Aviv, Pardes Katz; después viví en Ramat Gan junto a mis padres. Más tarde me mudé con mis padres al norte del Tel Aviv donde casi era el único mizrají en la zona. Era un barrio muy homogéneo desde el punto de sus habitantes: desde la proveniencia étnica era una zona ashkenazí, y desde lo económico vivía gente adinerada de clase alta. Yo llegué allí siendo de familia mizrají y de clase media baja. Fue allí donde crecí y se imprimió mi visión política, cultural y social del mundo.
Una persona muy importante para mí fue mi abuela, junto a quien crecí, y años más tarde le dediqué mi primer libro que me promocionó: Emilia y la sal de la tierra. Me pregunté a mi mismo de manera natural si debía hacer dinero porque nací en una familia pobre u ocuparme de la sociología, es decir, a hacerme las preguntas que me importaban: ¿Qué hacemos aquí?, ¿Qué es la vida?, ¿Qué es el mundo? En estas inquietudes encuentro la influencia del lugar en donde me vi inmerso: crecí en una casa donde la atmosfera era religiosa, como saben en los mizrajíes (a diferencia de los ashkenazíes) no existe una cultura laica arraigada, y de repente me vi inmerso en una sociedad totalmente laica. También fui un prometedor jugador de Basket israelí.
Desde muy pequeño comencé a leer filosofía y no literatura. Luego de servir en el ejército fui un alumno brillante en la Universidad de Tel Aviv. Continué estudiando en el Instituto de Filosofía y Ciencias Políticas. Estaba encaminado hacia el doctorado, pero interrumpí el mismo porque todos eran ashkenazíes y yo mizrají, era como “la hoja de parra” que los cubría de la discriminación en la hegemonía ashkenazí: “Miren, aquí tenemos un mizrají, somos abiertos…”.
NS: ¿Cómo fue para usted vivir siempre entre dos mundos antagónicos, nunca en el medio.
YS: Fueron pasajes muy dramáticos. Desde pequeño conocí gente que se convertía en delincuente por el contexto en el que se encontraban; cuando llegué al norte de Tel Aviv y vi personas que tenían casas lindas y que viajaban en autos recordé que en Pardes Katz solo había carros con caballos y allí no teníamos otra posibilidad. En Pardes Katz donde crecí existen dos posibilidades: o ir a la sinagoga o ir a la parada de drogas, no hay otra opción, el Estado no invierte allí nada, lo abandona y no le importa en general.
NS: ¿Estas situaciones fueron un incentivo para tratar de superarse?
YS: Mi abuela siempre me transmitía la sensación de que yo era único y muy especial. Desde muy pequeño me hicieron exámenes psicométricos. Luego de los mismos le dijeron a mi madre que podría ingresar a tercer o cuarto grado. Ella se asustó ya que no sabía cómo manejarse en el mundo ashkenazí. Ella no entendía, simplemente quería que yo estudiara y fuera todo ordenado como los ashkenazíes. A los treinta años comencé a enseñar en una escuela externa, lo que es un establecimiento de alumnos expulsados del sistema educativo tradicional ya que decían que su rendimiento era insuficiente. Me dije a mi mismo: “vengo de un barrio duro, yo voy a sacarlos buenos, el sistema educativo no sabe nada, yo voy a apoyarlos, a prestarles atención ya que ellos pueden triunfar”. Tuve mucho éxito con esta tarea, ya que convertí a personas echadas del sistema educativo en alumnos que terminaron la Bagrut (bachillerato) en el Secundario. Hasta el día de hoy me llaman y me agradecen, me escriben en Facebook diciéndome que yo creí en ellos.
NS: Justamente la fe y la creencia es algo típico en los mizrajíes…
YS: Es cierto, por eso me fue bien. En Israel la academia es fría, es ashkenazi. Así como yo domino la filosofía occidental, me dediqué al estudio de Heidegger y Wittgenstein, estudié mucho: como aquellos que estudian Torá, yo estudie filosofía. Pero más allá de eso, toda mi orientación es oriental, el estereotipo mizrají de calidez, informalidad, que desconoce las reglas, que está al borde de la anarquía, siempre vivo en esta tensión. Estas contradicciones están mi interior, la ambivalencia entre la rica formación europea y el comportamiento oriental que me es tan propio. Puedo entrar a un restaurante y besar la mezuzá siendo yo totalmente laico y agnóstico, esto les resulta muy extraño e inentendible a mis colegas escritores y profesores ashkenazíes que nunca lo harían. Esto es algo intrínseco a mi propia cultura.
NS: ¿Cómo comenzó a interesarse por la escritura? ¿Había libros en la casa de sus padres?
YS: Yo crecí en una casa que no se leía, mis padres eran extraordinarios pero no había, como en la casa de mis amigos ashkenazíes, una cultura del libro. Mis padres trabajaban muy duro para poder sustentarnos, esa era su preocupación. Como no tenía plata para comprar libros, robaba libros de las librerías.
NS: ¿Cómo veían tus padres su inclinación por la lectura?
YS: A mi madre le gustaba y me alentaba permanente a leer. Ella quería que fuera ilustrado y destacado.
Ns: Pasemos ahora a sus libros. Cuénteme cuáles son sus títulos y temas centrales.
YS: Mi primer libro publicado fue Emilia y la sal de la tierra, que tuvo una gran aceptación en Israel. Es la novela de la literatura israelí que rompe el estereotipo de la mujer mizrají. Hasta ese momento en toda la literatura hebrea la mujer oriental siempre aparecía como que todo lo que sabe hacer es cocinar, ser cálida, servir a su marido, traer muchos niños al mundo, que no sabe pensar, casi deshumanizada. La literatura en Israel es una literatura netamente ashkenazí. Yo vine e hice lo contrario: una mujer que es inteligente, brillante, que tiene pensamientos abstractos, es muy analítica, contraria a los valores patriarcales y lo sobresaliente es que es una sobreviviente de la Shoá.
NS: ¿Y este personaje es real, existe?
YS: Si existe, no es una ficción. Es mi abuela. Esta historia fue difícil de digerir, sobre todo por mi trayectoria intelectual. De repente viene un mizrají que domina perfectamente la cultura occidental, vengo con Wittgenstein, Heidegger, Popper y Sartre.
NS: ¿Cómo continuó su obra literaria?
YS: Luego publiqué Miklator (apócope de refugio-luz). Éste es un libro que sólo la elite intelectual lo leyó, no fue masivo ya que fue muy filosófico. Narra la historia de un hombre que no podía vivir en Israel por la ocupación y la corrupción pero tampoco podía vivir en ningún otro lugar del mundo porque hay antisemitismo y lo odiaban por su judaísmo. Él siente que tiene que ser judío en la tierra de Israel. Como no tiene otra opción decide construir un refugio en Israel y vive en él, este refugio es concreto y también metafórico. Vive su vida en el refugio, se dice “yo no dejo Israel pero tampoco vivo en ella”. Es un emigrante de Israel, pero no afuera de ella sino dentro de ella, en su refugio.
NS: Por lo que escuche de su vida sumado a estos dos libros puedo inferir que los mismos son bastante autobiográficos.
YS: El primero es autobiográfico.
NS: Yo creo que el segundo también, me parece que en la escritura usted crea su propio refugio.
YS: Si, efectivamente la escritura es mi refugio. El lugar en el que yo me refugio es el movimiento; cuando voy de un lugar a otro, no tengo lugar. Un escritor austríaco, de los más grandes de segunda mitad del siglo XX, llamado Thomas Bernhard, cuenta que él vivía en Viena y un día decide instalarse en un pequeño pueblo del interior ya que decía que no podía vivir más en Viena en donde todos simulan ser cultos sin cultura real, van a la Ópera pero no saben nada sobre ella. Llega a ese pueblo y se da cuenta que la gente es muy simple, no tiene estudios. Entonces decide volver a Viena y en el auto piensa: “no puedo volver allí, todo es artificial”, por lo que decide volver al pueblito. En el camino piensa: “no, allí no hay nada, ni siquiera puedo comprar Neue Zeitung”, y se da cuenta que el auto y la travesía es su lugar. Yo me identifico con él y mi lugar es el libro.
NS: ¿Siente que necesita de ese refugio, que no puede vivir en la realidad israelí?
YS: Me es difícil vivir allí por la realidad creada por los colonos que nos arrastran a situaciones alocadas según mi punto de vista. Por otro lado está el Hamás, un movimiento fundamentalista y extremista que sólo quiere destruirme por ser judío. Yo ya no sé qué hacer, es como una guerra que no es mía, es entre los colonos y el Hamás. ¿Qué vínculo tengo yo con esto? Entonces, el único lugar que me siento seguro es en la escritura.
NS: Vamos con su tercer libro.
YS: El siguiente libro se llamó Una novela incorrecta. Trata sobre una maestra de escuela de cincuenta y un años, inteligente, que entiende que el sistema educativo en Israel colapsa y no está yendo por el buen camino, que se enamora de un alumno brillante de dieciocho años. Detrás de esta historia hay una crítica profunda a todo el sistema educativo, todo lo que hace, como influye en las personas, en los alumnos…
NS: Su último libro Benghazi-Bergen-Belsen recibió el reconocimiento más importante de la literatura en Israel, el Premio Brener. Cuéntenos un poco sobre el mismo.
YS: Más allá de haber ganado el Premio Brener y que todos hablen sobre este libro por ser best seller, se ha incorporado al sistema educativo de los colegios secundarios. Es el primer libro en el mundo que describe la Shoá de los judíos del Norte de África, un tema que mucha gente desconocía por completo, puesto que no sabía que judíos de Libia sufrieron la Shoá. Hizo mucho ruido y gustó mucho, de hecho se está pensando realizar una película basada en el libro.
Se trata sobre una familia de Libia de la ciudad de Benghazi que fue deportada por los nazis pasando por Trípoli, Civitella del Tronto en Italia hasta finalmente llegar a Bergen Belsen, en una travesía de tres años. Ellos recorren ese camino pasando por diversos campos de concentración. La heroína de este libro es una mujer llamada Silvana Jashash, una joven de veintitrés años proveniente de una familia judía burguesa. Esta familia fue deportada junto a otras ochocientas personas a Bergen-Belsen.
Si uno se pregunta por qué los nazis los agarraron y no los mataron es porque los nazis pensaban en canjearlos por prisioneros suyos cautivos por los aliados y los soviéticos. Cuando entendieron que este intercambio no se podía hacer corrieron el mismo destino que los hermanos ashkenazies en otros campos de concentración y en las cámaras de gas. En este proceso tan duro trasladan a personas del desierto de Sahara -donde hace aproximadamente cuarenta y cinco grados- a los menos veinte del invierno europeo. Llevaron allí esta familia y a los que podían resistir, a los que eran ricos. Como muchos hombres se fueron muriendo, a partir de allí quien dirigirá los destinos de estos judíos prisioneros es Silvana Jashash. Más allá del encuentro con los nazis estos prisioneros se encontraron con los cautivos ashkenazíes y el relato cuenta las tensiones entre ambas culturas. Eran “negros”, hablaban en árabe, vestían con ropas livianas, no sabían lo que era el frío, nunca antes habían visto la nieve. No hablaban Yidish, no sabían alemán, no entendían nada. Allí aparece una mujer ashkenasi, Rivka Reis, que la ayuda.
Hay una historia que ocurrió de verdad cuando los ingleses liberaron Bergen-Belsen en el ’45, se pueden encontrar en Google, a los soldados ingleses los acompañó el Gran Rabino de Inglaterra junto a un reportero de la BBC. Cuando liberaron el campo había un grupo de esqueléticos sobrevivientes con pocas energías que cuando vieron el transmisor de la BBC y al Rabino, se pusieron de pie y cantaron el Hatikva… allí mi abuela, perdón, Silvana Jashash, se une a ellos y canta con acento árabe para que sepan que ella también estuvo allí.
NS: ¿Este libro se basa en la historia de su abuela?
YS: Así es, mi familia pasó la Shoá. El libro tiene un exhaustivo chequeo de cada dato histórico, una profunda investigación y muchas entrevistas. Te voy a contar una historia que sucedió cuando era chico. Cuando cursaba el cuarto grado, apenas me mudé al norte de Tel Aviv, allí realizaban todos los años un acto en memoria de la Shoá. En el aula, todos eran ashkenazim menos yo. Levante la mano y le dije a la maestra que yo tenía algo para contar. Me preguntó qué quería decir, porque ella sabía que yo era mizrají y, por lo tanto, ¿qué tenía que ver yo con la Shoá?. Le dije que mi familia también pasó por la Shoá, también nosotros estuvimos allí. La maestra me miro y me dijo: “no, no… los mizrajíes no estuvieron en la Shoá, solo los ashkenazíes”. Para mí fue un acontecimiento muy autoritativo, yo era un chico que viene de un barrio, de repente llegar a un lugar donde me dije: “ella debe tener razón”. Fui a ver al director y le dije que mi familia pasó la Shoá, no hay otra posibilidad, ellos me comentaron cómo los nazis los sacaron de sus casas, los llevaron a campos de concertación en Europa, que los alemanes vinieron y mataron a las primas de mi mamá, a las hijas de Zluma con un disparo de un metro. Él me dijo: “no, es tan solo imaginación mizrají”. Me recuerdo la caminata entre la escuela y mi casa. Caminé como cinco horas una distancia de doscientos metros. No era capaz de llegar a mi casa, pensé que todos estos años tanto mi abuela como mi madre me mintieron, creí más en el sistema educativo que en mi abuela. No hablé con ellos, durante más de un año pensé que me habían engañado, no les dije nada, solo lo guardé en mi corazón. Después de un año y medio me di cuenta que si alguien no sabía nada era el sistema educativo, eran ignorantes. Desde aquel entonces, sin saber que sería escritor, me dije esta historia la tengo que contar.
NS: Cambiemos de tema: ¿cómo ve al Estado de Israel: ¿Fuerte o débil? Por ejemplo si tuviera que escribir una novela sobre Israel ¿cómo sería ese personaje?
YS: Es un tema muy pero muy complejo, Israel se encuentra entre doscientos millones de musulmanes que si tuvieran una oportunidad, no soy naif, ellos preferirían que desapareciéramos. Israel comete muchos errores políticos, yo pertenezco por mis ideas políticas a la izquierda. Pero yo nunca contribuiría a destruir a Israel en el exterior. La ocupación es algo terrible, es demoledor para nosotros mismos, porque la ocupación nos conquista el espíritu, no ocupa solo el territorio.
NS: Eso mismo dijo Leibowitz en 1968, que la ocupación además corrompe el espíritu judío.
YS: Así es, él dijo que había que entregarlos. La violencia en Israel en los últimos años se ha incrementado. Si me preguntas por qué, te digo que es por la ocupación. Si sos un joven de dieciocho años y estás en un checkpoint y golpeás a una mujer palestina, cuando te liberas del ejército y ves esto como legítimo no hacés esta separación de manera tan fácil. La violencia comienza a estar dentro tuyo y esto es muy problemático. Pero por otro lado el islam radical nos quiere eliminar. Yo no soy como aquella izquierda ingenua: los extremistas islamistas como el Hamás, el Daas y otros grupos quieren vernos muertos o que no estemos aquí, eso es lo que quieren. En sus fantasías eso es lo que anhelan, también si me preguntas los árabes israelíes quieren lo mismo.
NS: ¿Cómo lleva el ser mizrají y de izquierda?
YS: No es simple, porque en Israel no es común entre los mizrajíes estas ideas, hay un grupo pequeño de intelectuales orientales de izquierda. La mayoría de los mizrajíes son de derecha, muy pero muy de derecha.
NS: La idea sionista fue una iniciativa ashkenazí. Vamos a imaginar qué hubiese pasado con un Herzl mizrají ¿Qué tipo de estado se hubiese dado?
YS: Uno totalmente diferente. Si en las últimas décadas hubiese habido primeros ministros y líderes mizrajíes, la paz hubiese llegado hace tiempo. Los ashkenazíes trasladaron la cultura occidental a un terreno geopolítico que es árabe. Los mizrajíes no actúan como si los árabes quisieran sacarles su cultura, son parte de su cultura. Es por ello que sería más fácil aceptarlos y poder lograr la paz, no sería para ellos nada amenazante de manera global. El problema es que no dejaron a los mizrajíes tener el control, y si hubo algunos orientales no eran los adecuados. Parte de los errores de los mizrajíes es que cuando llegan al poder se olvidan de su pueblo, de donde vienen y ellos mismos traicionan sus propias ideas. Pienso que si aquí hubiera una dirección oriental, sería un estado más integrado a la región, los países árabes no sentirían que esto es una amenaza de Estados Unidos, Inglaterra y Occidente de controlar Medio Oriente.
NS: ¿Cuál cree que es el rol actual de los intelectuales, artistas y escritores en Israel? Usted escribe notas críticas sobre la situación actual en el periódico Haaretz: ¿Se siente seguro tomando en cuenta las amenazas que tuvo Gideon Levy, que lo llevaron a tener que ir con custodia por la calle?
YS: Yo tampoco en lo personal no pienso como Gideon Levy, pero como dijo Voltaire “no acuerdo contigo, pero moriría por el derecho que tienes a expresar tu opinión”. Esto es lo que hay que hacer. Es el rol del intelectual. Escribí sobre ello un artículo en Haaretz en medio de la guerra: que la democracia israelí está en riesgo porque durante la guerra no se dejó hablar a quienes tenían otra postura. Escribí que un día nos vamos a despertar y no va a existir esta democracia, porque el mainstream comenzó a bloquear las opiniones de la gente. En ese artículo expresé la idea de que los intelectuales debemos ser los defensores de esta democracia, la democracia israelí es muy frágil. Los principales partidos políticos israelíes, Yair Lapid, Tzipi Livni, el Likud, el maintream israelí, no hicieron nada, había aquí un clima de que si alguien decía algo diferente todos salían a decir y escribir en su contra y a decir que habría que matarlo. Yo les dije que esto es algo fascista, que los directores de las escuelas, los decanos de las universidades, los docentes universitarios, la prensa, tienen que hablar sobre esto. Pero ellos callaron y ellos son el mainstream y me devoraron.
NS: Para concluir me gustaría tomar una palabra que me imagino que no es fácil para usted : identidad ¿Quién es Ud. y qué es?
YS: En primer lugar soy judío, en segundo lugar soy norafricano y escritor, y por último, israelí.
Por Enrique Grinberg
Fuente: Nueva Sion