Palma, 6 de mayo de 1691. Hace 330 años. Caterina Tarongí i Tarongí, mujer joven y vecina de la comunidad chueta de la ciudad (descendientes de judíos convertidos al cristianismo, de buen grado o a la fuerza, después de los pogromos de 1391), era condenada a morir en la hoguera. Caterina Tarongí, que había sido encarcelada y torturada durante tres años -acusada de practicar clandestinamente la religión judía-, fue quemada viva junto con su familia (padres y hermanos), y sus vecinos de la calle de la Plateria que, en palabras del inquisidor Antonio Garau, autor de la La Fe Triunfante: «Murieron berreando como puercos mientras eran consumidos por el fuego purificador«. Caterina Tarongí, la última víctima de aquella masacre, sería también la última judía de Mallorca.
¿Quiénes eran los primeros judíos mallorquines?
Las fuentes documentales revelan la existencia de una comunidad judía mallorquina estable desde la Diáspora que vino seguida de la destrucción del Templo de Jerusalén (siglo I). Aquella comunidad prosperó económicamente y creció demográficamente durante los mil años posteriores: las etapas central y final de dominación romana, la de la dominación bizantina, y la época inicial de dominación árabe. Sin embargo, el cambio de milenio (siglo XI), coincidiría con la aparición de la radicalidad islámica, representada por almorávides y almohadas, que causaría una crisis inédita -y de una gran profundidad- en aquella comunidad. Las fuentes, de nuevo, delatan que durante aquella etapa crítica, la comunidad judía mallorquina sufrió una durísima persecución que la redujo drásticamente.
Los judíos medievales mallorquines
La conquista catalana de Mallorca (1229) representa el inicio de una nueva etapa de expansión de la comunidad judía mallorquina. Aquella empresa no se podría explicar sin la participación de los judíos catalanes y mallorquines. Pere Martell, armador judío de Tarragona, y muy bien relacionado con las entonces perseguidas comunidades judías de la isla, sería el arquitecto de aquel proyecto. Y los banqueros de las juderías de Barcelona y de Perpinyà serían los principales financiadores de aquella empresa. El Llibre de Repartiments -posterior a la conquista (1230)- revela que los judíos catalanes no tan solo obtuvieron importantes compensaciones, sino que, también, resultaron decisivos en la recuperación y el crecimiento de las históricas comunidades judías mallorquinas.
De la plenitud a la desaparición
La comunidad judía de Mallorca conoció su etapa de plenitud durante la centuria de 1300. Es la época de los poderosos comerciantes judíos mallorquines que, con sus estrechas y fructíferas alianzas con el resto de comunidades judías del Mediterráneo, contribuyeron, decisivamente, a la expansión y a la consolidación del imperio militar y comercial catalán del siglo XIV. Y es la época, también, de la Escuela Cartográfica mallorquina, pionera en el mundo que, representada por la figura de Abrahán Cresques y por su obra, el Atlas Catalán (1375), impulsaría las primeras navegaciones europeas en las costas atlánticas africanas. Pero aquella expansión tocaría a su fin, prematura y trágicamente, con los pogromos (la destrucción de las juderías) de 1391.
De judíos a chuetas
El pogromo de Palma (01/08/1391), que se saldó con un mínimo de 300 muertos y que precedió al de Barcelona (04/08/1391) con más de 1.000 muertos, marcó el inicio del fin de las comunidades judías en la Corona catalano-aragonesa. Los pogromos provocaron un goteo constante de conversiones, y, en menor medida, una emigración hacia las juderías de la península Itálica que explicaría el porqué, un siglo más tarde, cuando los Reyes Católicos decretan la expulsión definitiva (1492); Mallorca y Catalunya que con anterioridad tenían las tasas más altas de Europa de población judía (15%), solo vieron marcharse a 8.000 personas. En Mallorca, los «conversos», descendientes de aquellas desaparecidas comunidades judías pasaron a ser despectivamente nombrados chuetas.
Los chuetas
El origen etimológico del adjetivo «chueta» procede del diminutivo «juetó». Este detalle es muy importante, porque revela que aquel grupo social, oficialmente cristiano (como mínimo desde 1492), oficiosamente se los consideraba a practicantes en la clandestinidad de la fe mosaica. Este mito (falso o no), reveladoramente fabricado y alimentado por la nobleza rentista y por las jerarquías eclesiásticas, creó un gran sentimiento de hostilidad de las clases populares mallorquinas hacia la minoría chueta. Los chuetas fueron, a propósito y repetidamente, acusados de todos los males que carcomían aquella sociedad. Y este discurso, como el de los pogromos de 1391, caló hondo: la revolución social de la Germanía mallorquina (1521-1523) se ensañó tanto con las clases dominantes como con los chuetas.
La marginación de los chuetas
Contra lo que, aparentemente, pueda parecer, la derrota de la Germania no relajó el discurso antichueta. No olvidemos que los fabricantes de aquel discurso habían sido los ganadores del conflicto (con la inestimable colaboración del aparato militar de la flamante monarquía hispánica). Y en consecuencia la represión que siguió a la derrota de los revolucionarios, se escribió con un discurso renovado que intensificaba -todavía más- la persecución contra los chuetas. En este punto, encontramos la entusiástica participación de elementos forasteros como la Inquisición hispánica, inoculada a finales de la centuria de 1400 que, en Mallorca, actuó como una verdadera policía política que equiparaba la disidencia religiosa con la oposición ideológica al régimen.
Los autos de fe
Durante la paz de plomo impuesta después de la Germania, se reprodujeron los episodios de crisis que habían precedido el estallido revolucionario y que, reveladoramente, culminarían con los grandes autos de fe (ejecuciones masivas convertidas en macabros espectáculos públicos) promovidos por el ancestral poder. Durante las centurias de 1500 y de 1600, los chuetas sufrieron una obsesiva vigilancia, una brutal marginación, y una implacable represión (no exenta de asesinatos ocasionales no castigados y de ejecuciones públicas plenamente institucionalizadas), que culminaría en 1677 (detención y tortura y ejecución de 237 personas que celebraban clandestinamente el Yom Kipur), y en 1688 (24 vecinos de la calle de la Plateria, entre ellos la familia Tarongí, que corrieron la misma suerte).
La huida de los chuetas
En la medida en que los pogromos de 1391 habían sido el inicio del fin de la comunidad judía; los autos de fe de 1677 y 1688 representaron el principio del final de la comunidad chueta. El auto de fe que sufrió Caterina Tarongí la convertía -oficialmente- en la última judía mallorquina. Acto seguido se iniciaría una lenta emigración hacia las colonias hispánicas de América, y algunos de sus descendientes tendrían un papel muy relevante en las independencias americanas. Es el caso de Bartomeu Salom Borges, nacido en la actual Venezuela el año 1780, y lugarteniente de Simón Bolívar. El teniente coronel Salom, hijo de comerciantes chuetas, fue el liberador del Callao (1826), la última plaza española de Sudamérica. En Perú, su figura tiene la consideración de héroe nacional.
Por Marc Pons
Fuente: El Nacional | 7.3.2021