Gumucio retrata la trayectoria del escritor, periodista y diplomático francés, autor de la monumental biografía Ernesto Guevara, una leyenda de nuestro siglo, y quien falleció el 14 de octubre.
Alfonso Gumucio Dagron Escritor y cineasta
Era un personaje inclasificable y versátil, que vivió una vida pletórica de experiencias, cruzada de acontecimientos clave de la historia contemporánea. Acaba de irse a los 90 años bien vividos, con creatividad y humor, con inteligencia y sabiduría. Era francés, pero ciudadano del mundo y muy cercano a nuestra América Latina, sobre la que se ocupan varios de sus libros, especialmente uno que lo hará pasar a la historia: su monumental biografía Ernesto Guevara, una leyenda de nuestro siglo (1997), resultado de cinco años de investigación.
Su ciudadanía mundial empezó con su nacimiento en Orán, Argelia, en una familia judía sefardita. Pierre era lo que en Francia se conoce como piednoir (pie negro), es decir un francés nacido en los territorios coloniales. Su actividad lo llevó por los territorios del periodismo, de la literatura y de la diplomacia, y cada actividad la desarrolló con la misma pasión que le dedicó a América Latina durante un cuarto de siglo.
Sus primeros puestos, y los últimos, fueron como diplomático vinculado al área de la cultura. Empezó en Argentina como director de la Alianza Francesa en Rosario, Mendoza y Mar del Plata entre los años 1958 y 1965. De ahí pasó a Santiago de Chile donde estuvo dos años como Agregado Cultural en la Embajada de Francia, pero en 1969 eligió un giro profesional determinante: fue nombrado corresponsal de Le Monde durante los periodos presidenciales del demócrata cristiana Eduardo Frei Montalva y del socialista Salvador Allende, con cuyas ideas sentía afinidad. Pierre era un hombre progresista y “de izquierda”, aunque esta última denominación la hayan echado por tierra los gobiernos populistas y demagógicos del llamado “socialismo del siglo XX”.
Como corresponsal de Le Monde, articulista en Le Monde Diplomatique y en la revista Le Nouvel Observateur –es decir, los medios más prestigiosos de Francia en aquellos años–, vivió todo el periodo de la Unidad Popular con un compromiso que sus anteriores funciones diplomáticas no le hubieran permitido manifestar abiertamente. Le tocó también el golpe militar de Pinochet y las amenazas de la dictadura, pero siguió escribiendo sin firmar sus crónicas sobre el suicidio de Allende y sobre el entierro de Neruda, entre otras que irritaban a los militares que lo interrogaron durante toda una noche en su residencia, y que poco tiempo después revocaron su autorización de corresponsal internacional y lo expulsaron de Chile. 15 años más tarde publicó esas crónicas chilenas en su libro: Allende. Chile 1970-1973 con prefacio del historiador Marc Ferro, quien fue mi profesor de “Cine e historia” y director de la École des hautes études en sciences sociales (EHESS).
Su consecuencia con el pueblo chileno se mantuvo a lo largo de su vida. Fue guionista del documental 11 de septiembre de 1973. El último combate de Salvador Allende (2000) de Patricio Henríquez, y en 2003 otro libro: La tinta verde de Pablo Neruda, del que conozco sólo la edición francesa. En 2011, en ocasión de una invitación que recibió de la Embajada de Chile en París respondió públicamente al embajador Jorge Edwards: “rehúso avalar implícitamente con mi presencia, al gobierno que usted representa en Francia”, refiriéndose a Sebastián Piñeira. Así era Pierre, consecuente con sus ideas.
La Unesco tuvo la fortuna de captarlo desde 1974 como funcionario de cultura y parte del gabinete del entonces director Amadou-Mahtar M’Bow, quien le tenía mucha confianza. En 1980, coincidimos nuevamente, esta vez en Managua, Pierre en su condición de asesor de la Unesco al Ministerio de Cultura de Nicaragua y yo como consultor del PNUD en apoyo del Ministerio de Planificación. Vivimos las primeras y más estimulantes jornadas de la Revolución Sandinista, él trabajando estrechamente con el poeta Ernesto Cardenal y yo con el comandante “Modesto”, Henry Ruiz. De más está decir que ambos dirigentes son ahora opositores críticos de Daniel Ortega, el dictadorzuelo nicaragüense que superó en corrupción a Somoza.
Un nuevo encuentro con Pierre se produjo cuando se encontraba inmerso en la investigación para su biografía del Che Guevara. Me anunció su llegada a Bolivia y pidió que lo pusiera en contacto con quienes tenían un testimonio que ofrecer sobre el legendario guerrillero. El 11 de abril de 1995 por la noche convoqué en casa a algunos amigos que calificaban para esa tarea: Loyola Guzmán, Carlos Soria Galvarro, Freddy Alborta, Marcelo Quezada, Ted Córdova Claure y otros. Pierre estuvo varios días investigando en Santa Cruz y fue el primer biógrafo del Che que logró hablar con el ejecutor material del guerrillero, Mario Terán, el autor de los nueve balazos con su fusil-ametralladora M-2. Los entendidos dicen que las dos mejores biografías del Che son las de Pierre Kalfon y de Jon Lee Anderson. Ambas han sido publicadas en múltiples ediciones y varios idiomas. En 1997 Pierre escribió el guion del documental El Che, Ernesto Guevara, enquête sur un homme de légende realizado por Maurice Dugowson, realizador francés fallecido en 1999.
Cuando en mayo de 2011 le avisé que había muerto Teddy Córdova, me escribió: “Claro que me hubiera gustado que viva más, con la posibilidad de que nos encontremos de nuevo algún día, en cualquier rincón del mundo. Pero, ahora a los 81 años recién cumplidos, uno se da cuenta a veces de que ya ha vivido bastante, con una existencia bien aprovechada… Estoy personalmente en la misma, lo que me queda de tiempo, lo considero como ‘de yapa’”.
El humor era una de las virtudes de Pierre Kalfon, por eso conversar con él era siempre agradable. Cada vez que lo visitaba en París cenábamos con Nicole en su departamento de la rue Quatre Fagues, cerca de la Mezquita de París, o en algún restaurante del barrio. Por lo menos dos de sus libros están empapados de ese humor que quizás se contagió durante su estadía en Argentina: uno de los primeros es, precisamente, Argentina (1967), y el último, Amour (pas) toujours (2019). Con ambos también tuve algo que ver…
Cuando leí Argentine, publicado en la colección Petite Planète de la prestigiosa editorial Le Seuil, quedé enamorado de su estilo narrativo. La colección llegó a reunir 63 títulos sobre países del mundo, pero uno de los mejores era el de Pierre. Eso me dijo Simone Lacouture, la directora de Petite Planète, cuando por intermediación de Pierre fui a visitarla para ofrecerle escribir sobre Bolivia en la misma colección. Su inmediata respuesta fue tajante: “Usted no puede”. Y luego añadió: “No puede, porque todos los libros han sido escritos por autores que no son del mismo país, y porque usted no domina el francés”. Como en esa época no era fácil descorazonarme, insistí: “Le traigo en dos meses tres capítulos, en francés, sin compromiso”. Simone Lacouture aceptó, ella no tenía nada que perder. Dos meses después, cuando le entregué el texto quedó encantada y firmamos contrato para una edición de 30.000 ejemplares. Soy el único autor que escribió sobre su propio país. Y mi libro fue el último en aquella colección, con el número 63 (curiosamente, el de Pierre sobre Argentina es el número 36).
Pierre no cesó de escribir hasta el final, aunque había perdido la vista. Su último libro, que presentó recién en abril de 2019, reúne, como decía la invitación que me envió por correo electrónico, “31 encuentros amorosos que me han contado en estos años, algunos soft y otros más gallardos”. No sé en cual de las dos categorías puso el que yo le conté mucho tiempo atrás y que recogí con el título Rally Dakar-París en mi libro Cruentos (2012). Tengo mucha curiosidad en leer la versión que él escribió de mi relato. Su hijo Jerôme me escribió hace menos de un mes, a fines de septiembre, pidiendo mi dirección postal para enviarme un ejemplar del libro, y le tuve que decir que me lo guarde hasta mi próximo viaje a París, porque Bolivia es el único país del mundo donde no existe un servicio de correos.
Así, nuestras trayectorias coincidieron en la Nicaragua sandinista, en Bolivia y en Francia por motivos distintos, pero con una amistad continua de la que fui beneficiario privilegiado. Me duele mucho perder a amigos como Pierre. Este es mi adiós a un amigo que quise mucho. Parece que estoy en la etapa de los adioses.
Fuente: paginasiete.bo